martes, abril 03, 2007

Un nuevo estímulo: nuestro desempeño en el Concurso de Cartas de Amor Mont Blanc 2007

No fue tan importante como el año pasado cuando fuimos uno de los 15 finalistas, sin embargo, cuando recibimos la llamada esta tarde y nos enteramos de que nuestra carta había sido considerada una de las cien primeras del concurso, igualmente nos sentimos orgullosos.

El Concurso de Cartas de Amor de Mont Blanc, si bien no es el Nóbel de literatura, se ha transformado en una interesante experiencia que convoca cada año a más de cinco mil escritores venezolanos, de diferentes edades y con mayor o menor oficion escritural con el único objetivo de tratar de evocar con pluma y papel ese evasivo, complejo y a veces inexplicable sentimiento que es el amor.

En un país donde la tradición de concursos literarios es más bien pobre, es un honor estar, por segundo año consecutivo, en los principales lugares.

Por haber estado en esa especie de semifinal que fueron las cien primeras cartas nos invitaron a participar en la ceremonia de premiación que será el día 12 de abril en el teatro trasnocho, trataremos de ir y tomar fotos para documentar este evento.

A continuación nuestra carta finalista del año pasado.

¡Salud por la escritura y el amor!

"Muñeca:
¡Despierta! Hay un cielo color melocotón. Comienza el día. Yo te veo indecisa.
Quiero estirar una mano ―derecha o izquierda, me da igual― y descubrirte, echar abajo la sábana, dejar que tu cuerpo sienta los silbidos inconstantes de la brisa que la ventana deja pasar sin poner obstáculo.

Pero no lo hago, dejo que duermas, me levanto, voy al baño, frente al espejo: me veo indeciso.

Abro los ojos. Sé que fue un sueño.

Ahora te sueño y te imagino. Estarás perdida en algún lugar de Nueva York, perdida, caminando, buscando la próxima casa, la próxima cama. Y yo tengo el teléfono y debería llamarte y contarte que aquí, a pesar de lo que todos dicen, todo está bien, no pasa nada, las ideas para un nuevo cuento y un nuevo relato y una nueva novela llegan, yo tomo un par de notas, trabajo pocos días, y después se acaba el entusiasmo y pienso que tal vez juegas a la telepatía y lees mi pensamiento y vas a llamar tú, pero siempre la hipoteca, el trabajo, el hijo que ya no sabes si quieres tener y la lucha por no fumar otra vez y la explotación del hombre por el hombre en la tierra de las oportunidades.

Y mientras te sueño y te imagino yo estoy a cuatro horas con veintisiete minutos del aeropuerto de Newark acá en Caracas. Ya sé que murió tu padre ―y me duele no haber podido escucharlo de tu boca―, así que no te encontraré en sus historias en la casa de Altamira. Ya sé que nada quieres saber de las colas, tus amigos desesperados/arruinados/derrotados, la soledad de tu madre, los almuerzos familiares de los domingos, los piques en la autopista Fajardo después de la medianoche ni quieres saber que yo te sueño y te imagino sentado frente a una computadora, escribiendo.

Te veía en el sueño, nos veía indecisos.

Y siento que me aprenderé, que agregaré al diccionario la palabra arrepentimiento. Arrepentido. De todo. De no escucharte, de no hacerte caso, de no seguirte.
Me como las uñas. Pongo un cd, escucho a Queen, oigo a Elvis ―no Presley, Costello―, un blues, se cae el sol.

Me detengo y parece que escucho cómo le cuentas a otro, el de turno, sobre mí, qué pasión por tus pechos, cuánto sexo telefónico, cuánta imaginación de un futuro imposible. Ahora el escritor se ha vuelto historia, una foto borrosa que ya ni siquiera encuentra sitio en tu cartera. No importa que yo te sueñe ni te imagine ni me seas tan completa, tan viva. Tal vez me quieres, tal vez te quiero, pero ahora nada de eso es importante.

Y yo tengo el teléfono y debería llamarte, pedir perdón, decir que me quiero sentar y escucharte. Pero ahora yo también tengo el anillo, el alquiler de cada mes, las facturas de los servicios, un hogar en formación y el hijo que sí quiero tener.
Así que me tengo que despedir. Y tendré que volver al diccionario pero unas páginas antes. Y buscar para aprenderme olvido y olvidarte. Que no seas sombra ni polvo de vida. ¡Perfecto!

Hasta que un día camine amnésico por una calle y coincidamos. Y lejana te vea y me diga: ¡me gustaría tener una mujer así! Y reviviendo un viejo entusiasmo me acerque y te cuente como novedad que escribo, novelas, cuentos, historias y tú me digas, completamente exagerada, absurdamente sobreactuada que el encuentro te parece: ¡fascinante! ¡maravilloso! ¡perfecto!

Y mientras te miro a los ojos recobraré el sentido de mis pasos y te preguntaré: ¿hacemos algo después?"

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