martes, abril 03, 2007

Una reflexión sobre la fuga de Eduardo Lapi y la raíz de muchas de las fallas de la revolución bolivariana

Como Carmona Estanga, como Carlos Ortega, como quien sale de su casa o de su oficina, el ex-gobernador de Yaracuy Eduardo Lapi salió de su inferno carcelario -hasta el viernes pasado se habían presentado enfrentamientos violentos en su sitio de reclusión- hacia la clandestinidad.

Los funcionarios del gobierno no tienen mejor idea que decir: es una inmoralidad de parte de Lapi, es que hay todavía muchos funcionarios corruptos en el sistema penitenciario y nos ha tomado tiempo la depuración.

Simples salidas fáciles para tratar de ocultar el bochorno y el papelón y para disimular la razón de la tremenda inestabilidad e ineficacia operativa -que no política, según muestran las elecciones y sondeos de opinión- de la revolución de Hugo Chávez: el desorden.

Decía Montaigne: todo acto nos descubre. Así, cuando un presidente, en lugar de convocar a expertor en algún área -digamos, urbanismo- asoma la cabeza en un helicóptero, ve un terreno vacío y dice que va a construir allí una ciudad, no podemos más que decir: ¡cuánto desorden! Y comenzar a buscar en sus demás manifestaciones.

Sinceramente, no creemos que es una cuestión de ignoranacia o desconocimiento y, de serlo, pasaría a un segunda plano, ya que la labor de un presidente debería ser engranar bien un equipo de expertos en las diferentes áreas de la vida nacional y articular con ellos su particular visión del rumbo que debe llevar el país.

Pero, entonces, lo único que encontramos es desorden.

Cuando el gobierno admite que no sabe cuántas personas cobran a la vez en dos o tres misiones excluyentes entre sí, admite desorden.

Cuando el presidente dice que se enteró del desastre en el central azucarero prácticamente con el resto de la población hay desorden en el control.

Cuando indiscriminadamente se suman miembros de la Tupamaros de la policía metropolitana, haciendo así más difícil la lucha contra el hampa ya que los cuerpos policiales "duermen con el enemigo", hay desorden.

Cuando el presidente al ojo por ciento anuncia en su programa Aló alguna medida económica de importancia para asombro incluso del ministro involucrado, hay desorden.

Cuando el presidente, sin aprobación de nadie, va en sus giras y regala el dinero de la renta petrolera según se lo van pidiendo hay desorden.

Y el desorden, literalmente, aniquila. Y uno ni se entera sino cuando ya tiene el desastre encima.

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